Se busca amontonar dinero, sin que con el, se consiga paz.
Se busca alimentar vanidades de variada catalogación y el
tiempo se encarga de despojar los velos de la ilusión.
Se busca el poder y en el se empedernece él sentimiento.
Se busca autoridad, fallando, desastrosamente, en las directrices de aplicación.
Se busca prestigio social y político, para despertar con el carácter envilecido.
Se busca admiración, huyendo de sí mismo.
Las búsquedas no van más allá de los vagos y atormentados límites de lo inmediato.
Todos los bienes, en primera plana, pertenecen a Nuestro Padre y él sabe lo que nos es más necesario para el legítimo progreso.
El hombre inteligente no se fatiga por los tesoros que sobrecargan de preocupaciones inútiles y no pueden ser transportados.
Los valores evangélicos son su meta y las realizaciones de la tierra, constituyen medios de uso que se consumen y se empeña en la conquista del continente a desbravar del propio espíritu.
En esa búsqueda -el Reino de Dios dentro de nosotros- todo se encuentra por misericordia, acrecentado.
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